domingo, 2 de agosto de 2009

Resplandor Púrpura (Grupo Editorial R.A.S)



“A fines de los sesenta, el ácido lisérgico, la generación Beat, la paz y el amor, globalizaron el mundo.
Francisco León cuenta de una manera poética la épica de una banda de rock que discurre entre Salamanca y el Cusco. Como Martín Adán, es un poeta de calidad, que cuenta lo que ha visto o lo que ha oído, con gran calidad y honda sinceridad”.


Omar Aramayo
(Puno, 1947) Poeta de reconocida trayectoria; es además destacado estudioso de la literatura peruana. Decano de la universidad Alas Peruanas.

Supernova en medio de la frente, explosión que te quema el alma. Una música total, sonido helado cruzando la Vía Láctea, como arrogantes princesas enfundadas en noche, bajando ardientes desde la soledad de sus mansiones, ardientes como ígneas esferas que persiguen a los fumadores en desolados cerros, Apus vencidos y rodeados por los brazos de una ciudad joven. Wah-wah, el alarido primario de los dioses, emanó ebrio de sus eléctricas entrañas. Tambores suenan elevando las vibraciones rumbo al trance; los retazos de realidad tratan de juntarse, se atraen y rechazan como átomos eternos...
Bombas de color salpican paredes y suelo; y el shamán-dios-sonido los penetró a todos con su prolongado aullido; wah-wah, respirándoles a través del cerebro, rompiendo viejos esquemas cual cristales y guió a todas las almas dóciles en el placentero viaje.
Tres y cincuenta a.m. El dinero aún no está completo, el trago se ha terminado y la botella de floripondio aterriza flemática en medio de la fiesta. Una casi vacía lata para la colecta no reclama más substancia alguna, otrora aprensivas manos la dejaron de lado. Arrastrados por el rumor de su llegada, los sensitivos se dirigen rumbo a la botella.
El universo girando alrededor del fuego trajo su danza de planetas, los vampiros cayeron luego...abriendo subliminales puertas y no dejaron nada...Peregrinos olvidaron sus rezos en jardines de amapolas.
Reteniendo la soledad de la madrugada en botellas apocalípticas, ebrias princesas dejaron caer sus tules de ensueño esperando la mañana y el retorcido silencio. Esparciendo sobre sus ojos preciados sonidos, tejiendo mamparas de sulfato químico, entre plantas carnívoras, venciendo el espontáneo llegar de todos aquellos días perdidos en mares y barrancos; la brisa azotó trescientas veces más el despertar armónico de sus sueños.
La botella resuena en la cara de la noche protegiendo su eterno renacer en las mil páginas del dharma. Bajo sus miradas no hay más que soledad buscando elegías en acompasadas formas; mientras se quiebran sus caras de cartulina, se pierden en oxidadas cañerías blues y sueños ahogados en guirnaldas.
Llevándose un pedazo de Eleanor Rugby, Eloy salió del local aún masticándolo. Frente a la claridad azul de la noche, ya no le importaron aquellas duras rubias que habían lavado su corazón en ácido, ni la imagen de Marianne perdiéndose con otros. La calle le era un lugar grato y entrañable. Recogió dinero que se refugiaba en forma de hojas muertas y viejos papeles. Pasando largas pistas y con los bolsillos llenos encontró, junto a letreros que apuntaban al cielo, la única tienda abierta. No comprendió qué hacía en el suelo; bajaron dos nubes y lo llevaron al sueño.

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